Desde la época clásica, artistas y pensadores han buscado la definición de belleza. Para eso, han estudiado en profundidad cuáles son las características que hacen que algo nos parezca bello. Una de esas características es la simetría. Por ejemplo, dividido en dos teniendo como eje el espacio entre las cejas, la nariz y la boca, un rostro que nos parece hermoso es aquel cuyas mitades son más parecidas.
Dado que todo lo que conocemos, pertenezca al reino mineral, vegetal o animal, es levemente asimétrico, la simetría es considerada un parámetro de "perfección".
Otra de las características que hacen que definamos algo como bello es la proporción.
La proporción es una relación compleja entre las partes de un objeto. Cuando percibimos esa relación como equilibrada en forma, tamaño y color, el objeto nos parece armónico y, por ende, bello.
En cada etapa del desarrollo de la humanidad, el hombre ha buscado acercarse a la perfección. La pintura, la escultura, las expresiones arquitectónicas y hasta los objetos de uso diario reflejan esa búsqueda. También se ha tratado de establecer una fórmula que dé cuenta de la relación proporcional.
Sin embargo, la belleza sigue siendo un tema de reflexión para artistas, científicos y pensadores porque, aunque contemos con fórmulas matemáticas y explicaciones de diversa índole que intentan establecer todas las variables y condiciones para definirla, siempre queda un espacio misterioso que se resiste a la definición.
Tal vez, lo que hace bella a una obra sea el genio de su autor y lo que hace bella a una persona sea el reflejo de su interior, esa energía única que define nuestra identidad.
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